“Durante milenios, el hombre siguió
siendo lo que era para Aristóteles:
un animal viviente y además capaz de una
existencia política;
el hombre moderno es un animal en cuya
política está puesta en entredicho su vida de ser viviente”.
-Michel Foucault
Es
verdad, el análisis del autor de la frase con la que inicio este texto coincide
indiscutiblemente con los hechos de las últimas semanas, meses, años, décadas y
siglos en un país como éste o cualquier otro del globo terráqueo.
Si lo pensamos más detenidamente, la vida ha sido en los últimos tiempos
el propósito y finalidad de las luchas políticas. Tan sólo en México, en los
últimos meses hemos sido testigos de lamentables hazañas relacionadas con temas
de salud (deficiente calidad, nula
prevención e inminente privatización de algunos servicios médicos), narcotráfico, educación, feminicidios, derechos sexuales, pobreza, migración, agricultura extensiva y transgénica (puertas abiertas a Monsanto en
México dejando a lado la bioseguridad de cultivos de variedades convencionales,
nativas y orgánicas), megaproyectos mineros
(contaminación y daños a la población colaterales en diferentes estados del
país), de generación de energía (no
necesariamente energías renovables, sistemas de fractura hidráulica o fracking, hidroeléctricas y evidente
corrupción en las licitaciones de explotación de Pemex), suministro de agua (proyecto Sonora SÍ y Monterrey VI por mencionar
algunos), contaminación y sobre
explotación terrestre y marina. La lista se hace interminable cada vez, lo
único que las hace evidente y las une entre sí es que son resultados de
mecanismos de poder centrados en la vida en donde no solamente nos afectamos
como especie sino que generamos una cascada de estragos con efecto
multiplicador por doquier.
Imagen: Owen Perry
Fue curioso cómo al estar leyendo Historia de la sexualidad de Foucault con un objetivo totalmente distinto vine a
encontrar conexiones con acontecimientos socioculturales, económicos e incluso
de justicia ambiental que acontecen día a día en nuestro país. Básicamente
Foucault reafirma que en la sociedad moderna los mecanismos del poder se
dirigen al cuerpo, a la vida, a lo que refuerza la especie, necesidades
fundamentales, su vigor, salud, raza, porvenir de la especie, vitalidad del
cuerpo social, etc., y fue resultado del ejercicio de bio-poder presentes en
todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones como la
familia, escuela, ejército, policía, medicina individual o administración de
colectividades por medio de las disciplinas
del cuerpo (educación, aumento de aptitudes, utilidad, docilidad e
integración en sistemas de control eficaces y económicos) y las regulaciones de la población (nivel de
salud, nacimientos, mortalidad, duración de la vida, longevidad, relación entre
recursos naturales y habitantes).
Por milenios las epidemias, el
hambre, las pestes y las violencias constituían las amenazas profundas en donde
la muerte era un ente presente en la historia de nuestra sociedad por la
constante presión biológica. Al paso del tiempo, el mejoramiento de las
técnicas agrícolas, el aumento de los recursos
y la productividad y el desarrollo de los conocimientos en torno a la
vida en general propiciaron que el hombre occidental aprendiera a ser una especie viviente en un mundo
viviente con probabilidades de vida, condiciones de existencia y salud
individual o colectiva donde por primera vez en la historia se apreciaba un
relativo dominio sobre la vida que trajo consigo el control del saber y la
intervención del poder que tomen en cuenta los procesos de vida para emprender
la tarea de controlarlos y modificarlos.
Imagen: The Philanthropis, Sam Green
En nuestra era el hambre sigue
existiendo, así como los riesgos biológicos, ambientales, epidemiológicos,
cambio climático, etc., pero el punto es que nuestra especie entra como apuesta del juego en sus propias estrategias
políticas penetrada por sus técnicas de saber y poder, ya que lo biológico se refleja en lo político y
empezaron así a proliferar tecnologías políticas para invadir el cuerpo, la salud,
las maneras de alimentarse, de alojarse, las condiciones de vida, etc., en
pocas palabras: lo viviente cuenta
con una connotación de valor y de utilidad.
¿Qué nos queda entonces como
ciudadanos ante esta realidad vomitada en la que somos simples sujetos victimas
y reproductores de las estrategias políticas que atentan contra nuestro ser
viviente? Las respuestas podrían ser muchas o nulas, ingenuas, utópicas,
apáticas, filosóficas, conformistas, académicas, sarcásticas, vale madristas o
al gusto; el punto es que a todos nos afecta y nos molesta en algún momento y
ante nuestra trágico-cómica realidad no sabemos ni a dónde voltear.
Ante tan evidentes estrategias de
poder en todos los ámbitos podríamos exaltar la importancia de lo que como
ciudadanos puede devenir en la búsqueda –en primera instancia- de una tendencia
a la igualdad.
En palabras de Rodríguez Araujo: “Igualdad
no quiere decir eliminación de los desiguales, que es un principio totalitario,
sino la igualdad que respeta las diversidades, la que en las diferencias acepta
y respeta a todos como personas o grupos en un marco de no dominación”.
Nos han vendido la idea que con
democracia formal en la que existe pluralidad de partidos y alternancia en el
poder es la solución a los problemas de un Estado-Nación cuando,
paradójicamente, el aumento de las desigualdades sociales, pobreza y conflictos
socio-ambientales no han cesado, ¿verdad México?
Aunque en el ámbito formal de la ley
todos los ciudadanos somos iguales, en cuestión práctica esto se convierte en
una falsedad, por lo tanto la democracia formal no es sinónimo de tendencia al
igualitarismo. Si bien, una característica de las doctrinas y movimientos de izquierda es su tendencia al
igualitarismo, en México no podríamos apostarle a cualquier partiducho político
–aunque se auto denomine de izquierda- por carecer de principios y coherencia
con esta ideología; ya hemos sido testigos de la prostitución política y cinismo
a la que se ha llegado. En cambio, la derecha tiende a reforzar las diferencias
y dominación entre grupos sociales que le son propias y convenientes para asegurar
la preservación del poder que beneficia a cierta élite y clase política/empresarial.
Imagen: Head in the clouds, Alicia Savage
Una política que tienda al
igualitarismo con inclusión y tolerancia, independientemente de cultura,
religión y formas de vida, que apueste a un desarrollo económico con
distribución de la riqueza y conciencia ambiental pareciera mucho pedir, un
sueño guajiro si así se le quiere considerar, ¿pero cuándo seremos capaces de
exigirlo, de promoverlo? ¿Existen otras manifestaciones democráticas fuera de
la formal en México? ¿La democracia es la única alternativa ante nuestra
compleja realidad? ¿Podremos mejorar en
algo? … Ya veremos cuándo y de qué manera empezaremos a reflexionar y participar
como sociedad en los asuntos de nuestra competencia sin esperar en que los
gobiernos -sin compromiso- por los que votamos se dignen a trabajar en las
propuestas -sin compromiso- que nos prometieron a los ciudadanos -sin
compromiso- que representamos.
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